Todo comenzó gracias a una oyente fiel de mi programa de radio. Ella siempre seguía mis emisiones, y un día, al escucharme hablar sobre energías densas y bloqueos familiares, sintió que había llegado el momento de pedirme ayuda.
"Jen, necesito que escuches esto… es sobre mi familia y nuestra casa en Bolivia" —me dijo.
Su madre, su hermano y ella ya no vivían en esa casa desde hacía años. De hecho, habían emigrado a Italia buscando estabilidad y una vida más tranquila. Pero esa casa, la que habían dejado atrás, se convirtió en una sombra constante. Querían venderla desde hacía muchísimo tiempo, pero nadie la quería. Las personas que entraban salían inquietas, angustiadas, algunas incluso sintiendo malestar físico. Algo allí no estaba bien.
Yo estaba en España cuando comenzamos a trabajar el caso. La distancia no fue un impedimento: el péndulo hablaba claro. Las señales eran muy fuertes. Aquella casa estaba sellada, cargada con energías de magia negra, trabajos antiguos y otros más recientes, hechos específicamente para que esa familia no prosperara y para que jamás pudieran desligarse del terreno.
La madre decidió viajar a Bolivia para enfrentarlo de una vez por todas. Y fue entonces cuando comenzaron a encontrar, una tras otra, las pruebas físicas de todo lo que el péndulo había señalado desde el primer momento.
Primero, dentro de la casa, hallaron clavos en las paredes, clavados muy cerca del suelo, puestos uno a uno y cubiertos con restos: pelos, residuos, materiales usados para fijar energías negativas. Era un trabajo de bloqueo absoluto: para cerrar la venta, cerrar caminos, cerrar salud y cerrar prosperidad.
Pero allí no terminaba.
La energía indicaba que afuera había más. Mucho más.
Al inspeccionar el terreno, empezaron a encontrar lo impensable:
frascos enterrados. Varios. Sellados con precisión. Dentro de ellos había serpientes conservadas en líquidos turbios, ropa interior, trozos de prendas de los dueños originales, nudos, amarras y otros elementos usados para trabajos de enfermedad, separación, ruina y desestabilización.
Los primeros días encontraron cuatro frascos. Pero el péndulo insistía: aún quedaban más.
La madre, con una fuerza admirable, continuó. Retiraron un árbol que estaba plantado en un punto señalado por el péndulo, y justo debajo aparecieron tres frascos adicionales, más viejos y más cargados aún. Esos trabajos eran los que habían estado afectando a toda la familia incluso desde Europa: salud deteriorada, discusiones frecuentes, problemas económicos, bloqueos, sensación de peso, caminos cerrados.
Todo tenía raíz allí.
Se hicieron varias limpiezas: en el terreno, en la casa abandonada y también en el hogar donde la familia vive actualmente en Italia. Porque esas energías, una vez sembradas, buscan seguir afectando aunque la persona se haya ido lejos.
Fue un proceso largo, profundo y emocionalmente muy pesado para ellos.
Pero funcionó.
Hoy la familia está más estable, con menos carga, más claridad y, sobre todo, con la certeza de que aquella casa ya no los ata ni los lastima. Los caminos, poco a poco, se han comenzado a abrir.
Este caso, uno de los más fuertes que he acompañado, me recuerda siempre algo importante:
la energía no entiende de fronteras. Pero la luz tampoco.